FUERZA DE JUEGO
A partir de 1970, la Federación Internacional de Ajedrez adoptó la fórmula del científico húngaro Árpád Élő para estimar la fuerza de juego en el ajedrez. Robert Fischer, a la luz de este sistema, vigente en nuestros días, alcanzó la marca de 2785 puntos de rating, registro que durante mucho tiempo se consideró el mejor rendimiento conseguido por un ajedrecista. Con el tiempo, varios jugadores notables han ido superando la barrera de los 2800 puntos, entre ellos, cuatro campeones del mundo, Gari Kaspárov, Veselin Topálov, Vladímir Krámnik yViswanathan Anand, así como el gran maestro noruego Magnus Carlsen. Este hecho por sí solo, sin embargo, no significa que su desempeño haya sido superior al logrado por Fischer años atrás, al menos desde el punto de vista estadístico. Esto se debe al fenómeno conocido como "inflación del elo".7 Los ratings de los jugadores han ido aumentando de manera imperceptible pero sostenida a través de los años, y aunque excede el propósito de este artículo referir las causas del fenómeno en cita, al que constantemente se le busca solución,8 es cosa establecida que la evaluación elo no resulta un criterio fiable para comparar el nivel de ajedrecistas pertenecientes a diferentes época. Con independencia de cómo pueda medirse la potencia de un ajedrecista, Fischer fue, sin duda, un jugador excepcional. Su estilo no es fácil de definir, pero, según sus propios rivales, se basaba en una combinación de energía y ambición de victoria, precisión táctica, preparación teórica, firmeza estratégica y confianza en sí mismo. Al igual que sucedió con Lasker, décadas antes, muchos de sus contrincantes y algunos de los analistas de su momento achacaron las victorias de Fischer a misteriosas capacidades hipnóticas, o a la práctica de un juego “psicológico”. Los textos de Kasparov afirman que, durante varias partidas del campeonato mundial y de las eliminatorias previas, los movimientos de Fischer en el tablero fueron idénticos a los analizados hoy en día por programas informáticos especializados. Es decir, Fischer era capaz de jugar, con las presiones emocionales y de tiempo propias de una competición humana, como una máquina carente de emociones y con tiempo ilimitado para analizar los movimientos adecuados. Tal capacidad de cálculo, exactitud en el juego y rigor estratégico, ponen en claro que Fischer no vencía por hipnosis ni misteriosas maniobras psicológicas, sino porque, sencillamente, era mejor que sus rivales del momento.
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